Cuando Rafaela fue diagnosticada con aplv nos asustamos
mucho por la dieta de restricción que debíamos llevar ¡En nuestra cocina casi
todo llevaba leche!
Al comienzo fue súper difícil, no sabía qué cocinar, qué comer, hasta tuve que aprender a leer etiquetas de alimentos y de medicinas. Se
imaginan un ají de gallina sin leche? O un locro sin leche? Suena exagerado, lo
sé, pero esos solo eran los platos más simples a los que les podía quitar la
leche, ¡Con el tiempo aprendí a preparar leche vegetal en casa!.
Matías y yo amamos la reposteria y tuvimos que dejar de usar
nuestras recetas favoritas para que su hermana no tenga reacción. Ahí empecé a
buscar recetas en internet y grande fue mi sorpresa cuando obtuve respuestas de grupos veganos. Ellos lo tenían todo, alimentos, bebidas,
postres, ¡Todo!. No saben la felicidad que me invadió cuando me empezaron a
apoyar con sus recetas.
Me regresó en el tiempo a la época en la que era “vegana”,
lo escribo en comillas porque mi debilidad es la comida marina así que esa era
mi única falta al estilo de vida. Empecé con el veganismo a los 11 años (aunque
desde antes ya había dejado de comer carne) porque no me gustaba la leche, porque
el huevo era el feto del pollo, porque cuando miraba una presa de carne me
imaginaba al animalito caminando feliz en la granja y no podía concebir que
ahora esté en mi plato… Muchísimas cosas se me venían a la cabeza, recuerdo que
cuando era niña y mi mamá me llevaba al mercado tenía que cerrar los ojos por
la sección de carnes ¡Porque sino me ponía a llorar! (ahora me causa ternura y
gracia, pero antes ¡Como lloraba!).
Con el tiempo, por el trabajo, la universidad o hasta la
misma presión social empecé de nuevo a comer carne, siempre con una pena
inmensa por el pobre animalito que estaba devorando, pero bajo la mirada atenta
de los comensales que habían en la mesa.
Gracias a la alergia de Rafaela, recordé mi forma de pensar,
mi estilo de vida; porque ser vegano no es solo una forma de comer, es un
estilo de vida. Un estilo en el que aprendes que los animales sienten igual que
tu, que pueden estar felices o tristes, que están cansados o con energía. Aprendes a valorar y a respetar a los animales y a entender que no son un
entretenimiento ni algo que puedas botar cuando ya no lo quieras. No son
descartables.
Ahora mis hijos están aprendiendo acerca de eso, del no
maltrato a los animales, de que si tienes una mascota será una decisión de toda
la vida, tuya o suya, pero que durará una vida entera.
En casa aún comemos carne pero en muchísimas menos cantidad, ser veganos por alergia de mi hija nos volvió más conscientes acerca de todo lo que conlleva este cambio; aprendimos que detrás
de esa hamburguesa, hay sufrimiento de una vaca, que detrás de esa leche, hay un
ternero separado de su madre para ser explotada, que detrás de ese huevo hay
una gallina llena de inyecciones que le ayudan a poner la cantidad de huevos
que los productores quieren. ¿Suena feo no? Pero es la verdad, antes de consumir
algo animal, asegúrense de que sea criado con respeto y de que no hayan sido
explotados. No solo se estarán llevando el sufrimiento de un animal a la boca
sino también, los químicos que utilizan para lograr producir toda la demanda que
desean cubrir.
Si desean comer carne, háganlo, pero por favor, cómprenle a
productores respetuosos de la vida animal, verán que el sabor de lo que se
están llevando a la boca es distinto y que los alimentos serán más sanos y
beneficiosos porque estarán respetando el ritmo de vida del animal y no los
estarán llenando de químicos para que parezcan más grandes o más bonitos.
No permitamos que la avaricia del hombre pueda más que el respeto a la vida.
Abrazos a la distancia.
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